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LOS ÁNGELES DEL ARROYO
— Así sucedió, querida Elena. Esa carta fué hallada pof
César en el precioso buró que era de mamá.
—Sería tal vez la única que no quemaría.
—Era una-carta dirigida por- Fernando al duque, y en
la que había unos renglones escritos con tinta simpática,
que después de leída revelaba nuestra madre. En ella le
hablaba de su hijo Arturo. ¡Qué más pruebas quieres!
—¡Desdichada mujer!
Sí... Harta desdicha ha sido para ella tener que bar
jar la frente ante su hijo.
—Pero ¿por qué vino aquí a revelarle César €36
secreto?
—¿No lo comprendes?
—No.
—Pues nada más sencillo,
—Di.
—El hubiera querido hace años lanzarme de la casa;
había sufrido al ver el cariño que me profesaba tu padré
y la lenidad con que miraba mis calaveradas, que consi -
men mucho dinero, que él creía que yo le robaba, como
le robaría lá parte de fortuna que por herencia me corres”
pondiera.
Pues bien; la ocasión no podía ser más propicia pará
evitar que yo volviese a la casa: revelarme que no ef
hijo del duque, que no tenía derecho a participar de su
fortuna, ni a habitar en su hogar mancillado.
Sabía él bien que si una simple expresión del du-
que me había hecho saltar de la casa, esa misma revela”