LOS ÁNGELES DEL ARROYO
or
lación me cerraría para siempre las puertas de su casa. Me
las cerraría yo mismo.
Y no se equivocó, porque mi resolución, antes firme,
-Ñué desde entonces irrevocable,
¿Comprendes ahora, Elenita, por qué es inútil cuanto
If Quiera se haga por volver a esa casa, que ya no es mi
3 Ñ Casa paterna?
Elena suspiró.
—Sí... —dijo-—. Dado tu carácter, es imposible.
—¡Oh! ¡Qué dosis de despreocupación se necesitaría
Para aceptar después de sabido el pan del hombre que
iún vive engañado creyendo que yo soy su hijo!
—Pero tú comprenderás, mi-querido hermano, que
lampoco tu situación puede continuar lo mismo que ac:
tualméente.
—¿Y por qué no?
4 —Porque no, porque no es posible, porque yo no
Qiero y no continuará—dijo Elena con energía.
-——Pero, Elena, por Dios, ¿qué quieres que yo haga?
¿Puedo pasar por otro punto? No soy rico y...
—Yo lo soy.
j —¡Tú! Sí, con lo que te entregó tu padre, cuya renta
- Bastas,
- —Cuya renta ahorro.
—Y bien, ¿qué quieres decir?
—Que como yo no necesito esa renta, te la cedo.
Tomo ” 136