LOS 'ÁNGEBLES DEL ARROYO 1095
—Di luego que tengo: mal gusto para escoger amigas.
Te advierto qne esta señorita es mi novia, ¿eh? No vayas
4 querer conquistármela, porque entonces no hay tío ni
Sobrino, sino dos gallos ingleses,
—Soy ya viejo para esta pollita, y siendo cosa tuya...
—Tampoco te permito que hagas la corte a mi queri-
da mamá suegra, porque conozco tus intenciones «ma-
lignas y encorvillas», como dicen los murcianos.
—Para mí es joven —dijo riéndose Anatalia.
—De modo que una por joven y otra por vieja, ya lo
Sabes, sobrino, no me quieren,
—¿Y qué es eso, tío? ¡Tú por los Viveros con esa mo:
za tan guapa!
—No es mía; es de mi amigo Octavio Ferrán, el que
Vive en la buhardilla donde me refugié,
—¡Ah, ya!... ¡Es la...
—SÍ..., de ése,
—Y tú..., ¿qué?
—¡Calla, hombre! Yo no hago traición a un amigo que
lán leal se ha portado conmigo,
—Pero como es tan guapa...
— Aunque fuese la diosa Venus, para mí estaría de más
y bien respetada. ¿Sabes que me traslado de habitación?
—¡Ah! ¿Dónde?
—Al Hotel París.
—¡Ca:la!
—Sí; ha estado a verme Elena.
—Ya lo sé,
—¿Lo sabes?
—Sí, porque he sido quíen la di tus señas, y me dijo