LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1139
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amo, un señor, y yo no quiero que nadie me ordene, ya
Que salí de uno.
—Es que si le amases, tu marido sería tu esclavo.
—SÍ... por el pronto; pero cuando lo creyera oportuno,
Serías un Espartaco,
No, no, hijo, El buey suelto bien se lame, dicen en tu
tierra, que es la tierra de los refranes y éstos la filosofía
homeopática.
Yo vivo bien... libre, rica, independiente. Dime qué
falta me hace casarme.
Para una vez, por la curiosidad de saber qué es eso,
Se pu-de pasar; pero no es para repetido,
En la India tienen razón: queman a la viuda con el
Marido muerto. En Europa debían quemar a la viuda que
Se casa.
—No se la puede a usted argúir—dijo María—, desde
el mormento en que se declara usted anarquista con res-
Pecto al resto de la humanidad, cuyas leyes usted no aca-
la ni obedece.
— Usted, señorita, no es voto en la materia. Es usted
Soltera y no hay soltera que no desee casarse.
Pregúntele usted a su madrina, a ver si ella opina
Como usted.
—No: yo opino que cada mujer debe de hacer aquello
a que le inclinan su carácter, su naturaleza y las circums-
tancias de su vida y hasta el carácter de los nuevos efec-
tos que siente.
—Tiene usted razón, duquesa. No se puede emitir pa-
"ecer ni formar criterio igual para todas.