1166 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
CI PRA ANA IA. IS EI
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-—Por eso te digo si lo has pensado bien.
—Eso no se piensa, mamá. Cuando se piensa, y s€
aio
pesa el pro y el contra, y el amor se sujeta a cálculo, no
es amor, y yo amo a María como debe amarse, ciega-
mente, locamente, y sólo me ha detenido hasta ahora
una cuestión de delicadeza: la falta de dinero.
— Y a le he dicho a mamá—dijo Elena—., lo que he-
mos convenido tú y yo. :
—Me ha dicho que te ha facilitado veinticinco mil
duros.
Sí... Elena es mujer, y comprende lo que es amor,
porque ella lo ha experimentado, aunque, desgraciada-
mente, no ha visto cumplidos sus deseos.
, Yo amo a María como pudiera también amar 4
cualquiera otra mujer.
Porque la que es una joven decente, honrada, her-
mosa, independiente, hasta rica, no puede ni creerse que
es la ambición la que la inspira
¿Por qué, por ser una celebridad artística ha de re-
chazársela, cuando tal vez se vería con satisfacción que
me dedicase a la hija de la marquesa del Lago, que sa”
bemos lo que es, o la de la condesa de la Escalada, que
ha tenido dos chiquillos de un primo suyo, y, no obs"
tante, se va a casar con el barón del Cañuelo de San
Bernardo? Una, tipo, como éstas, me cuadraría perfec-
tamente, y no una artista eminente, hasta ennoblecida,
condecorada por manos de reyes.
—Sí, yo, hijo, comprendo que es una mujer honrada,
de talento, presentable, porque a la fuerza tiene que pre”
sentarse con formas más distinguidas como mejor ensa-