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172 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
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sobre perverso de una hipocresía refinada. ¡ Ah! No es,
no es lo que creéis en casa, no.
El siempre tuvo buena conducta.
No diré que sea un: calavera como yo he sido,
porque por tener malas cualidades. . ni vicios tiene.
¡Oh! Esa paradoja
Sí, lo es; y, sin embargo, es una verdad. El vr
cioso y calavera suele ser leal y franco, y noble, y ter E
ner buen corazón, mientras que esos virtuosos que pre” *
tenden ser ejemplares, son lo que es él: un falso, un hi+
pócrita, un perverso y un desleal hasta con su mujer E
¡Cómo, César—exclamó Elena.
Sí, César, el hombre moral, morigerado, el que *
parece que no ha roto un plato en su vida, persigue mu-
jeres, las propone ser su querida y las ofrece hotel, crias
dos, carruajes y espléndido vivir.
—¿Es posible ?—exclamó doña Irene.
¿No te equivocas, 'Arturo?-—preguntó Elena.
No, no me equivoco. Yo no soy calumniador Y
cuando digo las cosas es porque tengo seguridad de ello. *
¿Pero quién te lo ha dicho? 3
_—La misma por él pretendida.
—¿ Quién es?
—No os lo puedo decir, porque tendría que descu- 3
brir a otra persona que conocéis. e,
Bien, pero... ¿qué clase de mujer es? Porque si él
la ha hecho esas ofertas no será ninguna señora.
—Es una pobre mujer que tuvo un desliz y fué aba”
donada con una hija que hoy tiene unos quince año»
-—¿ Y ella?