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1174 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
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varón él que espera irse a la gloria con' zapatos y todo.
¿Qué os parece el santo, eh? Pues el día que yo me
case, no he de mirar más mujer que la mía, y, sobre
todo, no ofreceré a otra ponerla al nivel de mi mujer o
más alta; porque a ese gusto, si dado hubiera con una
tunanta, como ha dado con una mujer honrada, le hu- *
biera derretido lo que su padre le ha cedido por antici-
pado y le arruinaría en pocos meses.
—Pero, ¿ cómo ha dado la casualidad de enamorarse
César de la madre de la novia de Ricardo?
¡Qué sé yo! Tú lo has dicho, la casualidad
—— Y tú. ¿dónde las has conocido?
—En los Viveros, el domingo, donde llevé convida-
dos a mis amigos de la bohardilla.
Allí estaban la madre y la hija con Ricardo.
Nos conocimos, nos unimos para tomar el café, y
Anatalia refirió a Virginia las pretensiones de un señor
que dijo llamarse don Andrés Montaut.
Pero he aquí que el señor don Andrés, que ronda-
ba, sabía que la Anatalia estaba en los Viveros con
su hija y el novio de su hija, se presentó a caballo por
el camino del Pardo, mirando con gran interés hacia,
dentro. ,
Virginia dijo al verle:
«¡Ese es! »
Ricardo y yo salimos a la puerta, y cuál sería nues-
tra sorpresa al reconocer en don Andrés al señor conde
de Valle-Rojo, al seráfico e impecable don César Fon-
seca.
No extrañes que insista en estos pomposos califica-