1216 LOS ¡ÁNGELES DEL ARROYO
comienda sus cualidades de hombre recto y de intacha-
ble conducta.
Pues bien: si usted sabía todo esto, si mil veces ha
dicha usted: «Si su padre supiera que viene usted a mi
casa...», a lo que he contestado acompañando a uste-
des a todas partes. para demostrarles que no me impot-
taba nada la oposición que podía hacer mi padre a
nuestras relaciones, ¿por qué cuando ha llegado el caso
de que mi padre: ha sabido que estas relaciones existen,
ha de ser usted también la que se oponga a «que yo en-
tre en su casa?
—Usted sabe, Ricardo, que nunca tomé en serno
vuestras relaciones.
Lo mismo usted que ella son casi dos niños, porque
aunque las mujeres son más pronto mujeres que los
hombres hombres, ella al fin es una niña y usted relati-
vamente un chiquillo, porque a los dieciséis años no se
casan más que los reyes, algunas veces.
—Pero el caso es que usted consentía esas relacio |"
nes...
-Consentía que entrase tisted en mi casa... ¡Qué
sé yo! .. por debilidad ante un deseo de mi hija, pero
no porque creyese nunca que con usted tenía asegurado j
el porvenir; primero, porque yo he sido víctima de
una de esas confianzas! ciegas, y luego, porque no 'creía
que ni usted ni Virtudes podrían resistir una espera de
seis u: ocho años.
Yo esperaré veinte. ¿Y tú, Vittudes>—preguntó 1 |.
a ésta Ricardo. q
Ella hizo un signo afirmativo.