1,48 LOS ÁNGELES DBL ARROYO
—¡Quién! Los periódicos extranjeros que vienen ocu"
pándose en ese escandaloso suceso.
—¡Oh! Estás de broma.
—¡Hem! ¿Pues si no lo tomase como cosa ridícula dig"
na solo de hacer reir, hubiera permanecido un momento
en esta casa?
—¡Oh! ¿Por qué? ¿Es eso motivo para que una mujer
abandone su casa?
—Es motivo, por lo menos, para que no vuelva a miraf
a la cara a su marido,
— Qué exageración! Si todas las mujeres que tienen
maridos galanteadores fueran a escapar del domicilio con*
yugal...
—Fso es lo que se hace mal. Si todas hicieran eso, de
otro modo andaríwn los hombres.
—La mujer no debe jamás abandonar la casa de su ma-
rido por tonterías.
—Y el marido puede matar a su mujer si la sorprende
o simplemente s:be que es acú.tera.
—Es muy distinto.
—Pues por lo mismo que es muy distinto, también $
distinto el procedimiento: vosotros matáis; noso'ras debe-
mos despreciaros, como ya has visto que yo te desprecio:
— ¡Adela!
— ¡Señor conde!
—¡Despreciar a tu marido!
—Como la cosa más despreciable y más repugnante [-
que para mí existe. o
—¡Adela, Adela, respeta a tu marido!