LOS ANGELES DEL ARI
rusos y tres ingleses, con sus correspondientes «misses
arguiruchas y deslabazadas.
Los italianos hablaban muy alto, especialmente uno de
ellos, de acento melodioso, voz “bien tit aida y entona:
ción dramática, recortando las frases con energía y con
Una cadencia especial, que parecía que recitaba versos del
«Infierno» del Dante o de la «Jerusalem Libertada> del
Tasso.
Por lo e daba a entender era el director-empresa:
Uc
y primer actor de una g:ar compañía trágica.
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—¿Tenéis ya dama de carácter contr
ti? —le pre Jo uno sen los ita.ianos,
— Oh!... sí. Es la primera notabilidac
tico que ha dejado admirada a la misma
que no es capaz de admirarse de nada, y que s
periór a la misma Ristori en sus tiempos galorios
—¿Y quién es ella? —preguntó otro de los comensales
de la mesa redonda.
—Es la célebr Golfini,
— ¡Eh! —exclamó levantando la cabeza uno de los rusos.
—¿Qué es esto? —murmuró Arturo, dejando el tenedor
clavado en el muslo de un pollo, y poniendo toda su aten-
ción en la conversación que sostenían en la mesa.
—¿La Golfini dice ust:d?—preguntó el ruso.
—Sí. señor: María Golfini. ¿La conoce usted?
—¡Oh! ¡Si la conozco! La he visto todo el invierno pa:
sado en el:teatro francés o Miguel: la hice el amor y la
hubiera hecho mi querida si hubiese cedido a mis seduc-
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