122 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—¿No te parece que dirían eso, mi querida Sofía?
—Sí..., es posible.
—No..., es seguro, querida. La mujer puede que tenga
el capricho de gran señora, de amar temporalmente a un
¡ cómico.
Dama hay en palacio que ha tenido amores con un
granadero de la guardia imperial.
Pero no.se me perdonaría que trocase mi apellido de
Paulatoski, o mi título de condesa de Ulm, por el de se-
fora de Expósito... ¡Chica, y qué mal suena estol
Es la primera vez que se me ocurre pronunciarlo, y
me ha roto el tímpano eso de señora de...
No, no lo repetiré,
Nada, definitivamente... no me caso.
—Y tus padres, ¿qué dicen? ¿Saben que sostienes esas
relaciones ocultas?
—No me he cuidado de eso. Iguoro si lo saben o no. * :
Saben que soy viuda, que viviré en mi casa y de mis
rentas, y si lo saben se aguantan.
Lo que ellos podrían sentir es que me casase.
De no ser eso, ¿qué les importa lo demás?
Las dos primas, al separarse, quedaron en volver a
verse después que Sofía hubiese dado el gran paso de re-
velar a su tío su interesante estado, más comprometido :
que interesante, paso que había de decidir de su sucite,
de su porvenir, del de Ludovico.
ae sol
Aquella noche, cuando se hallaron solos Alejandra y
Nicolás, le dijo ella: