1294 LOS ANGELES DEL ARROYO
+. Yo he ido con una mujer. por.la calle, y he .visto un
hombre que en ella se ha fijado, pareciendo como desnu-
darla con su mirada y fingirse todo lo que la imaginación
puede fingir. en. realidad; y me-he acercado a: aquel. hom»
bre, y le he dado de bofetadas y nos hemos. batido, y, O'
yo le he herido a él o él me ha herido a.mí.
Y yo no amaba a aquella mujer, y entre ella y él no
había contacto alguno, ni antecedentes del ningún género,
que me infundiera celos.
—Pero, hombre, es porque lo que realmente inspira
los celos, es lo íntimo, la voluntad, lo consciente...
Pero en el teatro no hay nada de eso, porque no habla
el actor, sino el autor, y no mueve su mano si no le indi-
ca la acotación o lo exige la mímica, que es una parte de
la declamación.
Pero termina la escena, y ni él se acuerda de lo que
"acaba de hacer, ni ella tampoco, y vuelven a mostrarse
uno para otro tan indiferentes como si no se hubiesen vis-
ta en su vida, y
—Y qué es lo que pretendes decirme: ¿que yo puedo
consentir en que tú continúes en el teatro siendo mi mujer?
—¿Y por qué no?
— ¡Calla, calla!
—Pero mira hombre... ¿Por qué renunciar a los gran-
des beneficios que produce el teatro?
Esto puede darnos una renta de tres o cuatro mil du*
ros o más al mes.
¿Qué mayor gloria para ti que ser el ésposo adorado
de la mujer ante la cual se postra el mundo entero para
admirarla?