LOS ANGELES DEL ARROYO 1347
inocentes colores la vida feliz y plácida del matrimonio
honrado.
Entonces la decía:
«Si estuvieras aquí, cómo te divertirías y nos diverti-
ríamos juntos; tú, yendo conmigo, y Federico con «!a
suya» a comer a esos merenderos campestres, muy pinto-
rescos, situados en bosquecitos, donde uno se pierde con
su novia y...> |
Lo que seguía era intolerable para una mujer puta y
casta como Virtudes.
Todavía no había mostrado a su madre ninguna de
aquellas cartas.
Pero aquélla calló en manos de Anatalia, cuien la leyó
con el rostro enrojecido.
Nada dijo a Virtudes, y cuando dió su contestación
para que al salir la echase al correo, en la calle de Carre-
tas, Anatalia la guardó y la leyó. É
Leyó las quejas de una pobre niña que veía al primer
hombre en quien había puesto su cariño, en un camino
extraviado, al fin del cual, veía la ruina de sus ilusiones,
el olvido de aquel hombre, su desesperación y tal vez su
mueríe.
— ¡Pobre hija mía! —murmuró Anatalia. No, no mori:
rás porque tu madre no quiere que mueras,
ES
No era Anatalia una mujer muy ilustrada, y que pose-
yese a la perfección esos elementos del saber humano que
las mujeres poseen de un modo deficiente, aunque ha-
yan estado en colegios de alguna importancia.
de