LOS ÁNGELES DEL ARROYO
Con que ¡acabal ¡A la una... ¡A las dos...! ¡A las...)
— Acepto. 3
—Bien está; pero te advierto que será inútil que desde *
París, o desde Madrid, o desde el infierno, me pidas más
dinero, porque es el último que te he de dar,
-—Dame entonces el billete hasta París y el dinero jun-
to que habías de darme en seis meses.
—Eso lo hacíamos para asegurarte durante seis meses
la subsistencia, mientras encontrabas dónde ganarlo, como
hacen todos los hombres honrados,
Pero si prefieres hacer lo de aquel con la gallina de
los huevos de oro, y gastar de una vez, o en poco tiempo,
lo que te había de servir para ayudarte mientras te pudie-
ras labrar un porvenir, se te dará; pero bien entendido,
que no has de volver a pedir un cuarto más, ni a Marie-
ta, ni a Colás, ni a mi.
—No pediré a nadie. Cuando se me concluya el dine-
ro, reservaré dos pesetas para comprar una escarpia bien
fuerte y una cuerda, y me colgaré del pescuezo muy bo-
nitamente,
—Pues mira: saría lo mejor que podrías hacer si no
piensas ser hombre de bien.
—O tonto... Es lo mi
—¡Bueno! Si así lo consideras, puedes hacer lo que
gustes. Acabarás mal.
ás
Clara dió algunos pasos para salir del salón.
-—¿Y qué he de hacer? —preguntó Nemesio, levantán-
dose perezosamente,