1380 LOS ANGBLES DEL ARROYO
—Hágame el favor de sostenerla —contestó Ulpiano
saltando los escalones hasta el portal.
de ve ale
Tomó a su hija por debajo de los brazos y se la llevó
en volandas a la portería.
—Brígida, cuida de ella —dijo a la portera, después que
la depositó en el sofá que ya conocemos,
Después salió sin gabán de pieles, y subiendo apresu-
radamente la escalera, tomó a Anatalia en sus nervudos
brazos de atleta y se la llevó también a la portería, deposi-
tándola en la ancha cama de la portera.
—Cierra la puerta — dijo a Brígida al ver que había gen-
te tan importuna y curiosa que había entrado hasta el fon-
do del portal donde estaba la portería.
Mientras tanto, los vigilantes y serenos que habían
acudido, daban los pasos necesarios en aquellas circuns-
tancias para que acudiera el juzgado.
El conde estaba sujeto por dos agentes, sin cesar de
reir en voz alta, poniéndose el índice sobre los labios y
diciendo mientras miraba a su hijo, al que preparaban en
una camilla para llevarle a la casa de socorro:
—;¡Schit! Silencio... No despertar a mi hijo... duerme...
duerme...
Los camilleros partieron con el herido y los vigilantes
siguieron conteniendo al loco.
Un cuarto de hora después llegó el juzgado,
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