LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1391
tranquilo y dormía, y mandó enganchar un carruaje, ha»
ciéndose conducir a la calle del Prado,
Quería saberlo todo en su origen más puro,
Llegó aquella mañana cuando Brígida estaba barrien-
do la puerta de la casa.
MÑ —¿La señora Anatalia?... —preguntó.
| — ¿La planchadora?
—Si,
—Piso principal derecha. Hemos ascendido —contestó
Brígida con socarroneria—. Ya no plancha. !
—¡Ah! ¡Cómo! ¿Ya no es planchadora? |
-—No, señora, no. Le ha caído la lotería, ¿sabe usted?...
—¡Ah! No sabía,
—Pues sí, señora. Ya ve usted, Se casa con el amo de
la casa, que tiene muchos miles de duros.
— ¡Se casal
—SÍ, señora: como que es el padre de Virtudes... ¿Co-
noce usted a la Virtudes?
—No; pero sé que es muy bonita,
—No es fea... pero otras son más bonitas.
-——¿Y qué?
—Pues nada... que el señorito Ulpiano, que antes de
casarse tuvo esa chiquilla de la Anatalia, se ha quedado
viudo, y como los arrepentidos son lo que Dios quiere...
—Desea enmendar la falta que cometió con la Anatalia,