Y
y
Ny
eN
Í
LOS ÁNGELES DEL ARROYO
—De una cosa muy grave.
—¿Vas a hablarme de Ludovico Lenzeski?
—SÍ,
—Entonces excusa hablarme de eso. Ya sabes que no |
quiero oír hablar de ese revolucionario, A
—Pero tío..., ¿qué tiene que ver, ni qué me importa 8
mí que Ludovico sea revolucionario o autacrático, ni que
sea ruso o polaco?
¿Cuándo el amor tuvo opiniones politicas ni naciona-
lidad?
El amor es universal y no tiene más que una opinión
que es lo mejor que Dios ha criado,
¿No has amado tú nunca, tío?
—¡No se trata ahora de mí, niñal Se trata de ese hom
bre, cuyas opiniones discrepan de las mías, y a quien no A. >
quiero en mi familia.
Además es un miserable, que no tiene más fortuna que
la que le da una renta de mil quinientos rublos al año, con
lo que ya tendríais para comprar una soga y ahorcaros,
—¡Pero tío..., tío! ¿Y... la tuya? —exclamó Sofía, fingien-
do una cómica admiración.
— ¡Mi fortuna!
—SÍ,
—¿Qué?
—Que... siendo tuya..., debe ser mía también, querido
tío...
. —¡Ahl Y tú crees que voy a consentir que te cases con
ese perdido polaco, para que mañana que yo muera se |
calce con mi fortuna, y con ella compre armas y bombas -
y pague asesinos... $