1410 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
ni descubrir con el escaipelo en las operaciones del trépa-
no que he practicado?
¿Qué es lo que ha perturbado y deshecho su existen-
cia, dejándole en tan mísero estado de atonía?
¿Ha sufrido usted algún desengaño de mujer o no
conseguido hacerse amar de alguna? —dijo el doctor La-
tour sonriendo,
Enrique puso la mano sobre la del doctor, que tenía
una de las suyas cogida, y dijo:
—Eso es, doctor, lo q e me mata.
—¿Desengaño?
--No. Si ella ha sabido que la amaba, no lo ha sabido
por mí, que jamás se lo he manifestado.
—Entonces no le eche usted la culpa a nadie, ni a ella
misma; porque si usted no se ha declarado a ella, no ha-
bía ella de anticiparse a usted y declarársele.
—No lo habría hecho nunca, porque no me ama.
—¿Qué sabe usted si no la ha consultado?
—Hay una gran razón para que yo no me declare ni
ella me ame.
— ¿Cuál?
-—(Jue ama a otro.
—«¡Allrigthl» Hemos acabado, No se necesita más ex-
plicación.,
—Ya lo sé, y diré a usted también en inglés:
— «¡Ideath! of lovel... »
—SÍ... Aunque el amor no es una enfermedad, de amor