LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1415
Camila, encendía el rostro de la muchacha y la hacía llo-
rar nerviosamente,
—¡Ay, qué tontal —exclamaba doña Eulalia—. ¿Pero
lloras por una broma, tontuela?
Enrique se reía y decía a su madre:
—¡Déjala que me quiera! Más vale que le quieran a uno
y no que le odien,
dk ok
Cumplió Camila los dieciocho años y acabó de per-
feccionarse,
Era una morena clara: con unos ojos:como dos flores
de terciopelo y nácar, cejas muy negras, un hoyo en la
barba, un lunar rubio en la mejilla y una dentadura blanca
e igual como una sarta de piñones mondados.
No se la conocía novio, y rehusaba ir con las dos cria-
das los domingos a bailar a la Fuente de la Teja o en los
tíos vivos y columpios detrás del Depósito de las aguas
del Lozoya.
Quedábase con más gusto leyendo una novela en un
hueco del balcón o contemplando desde éste las arboledas
de la Casa de Campo y de los paseos a orillas del Man-
Zanares.
Y si Enrique la llevaba un libro y la decía:
—Toma ese libro, puedes leerlo, lo he comprado para
ti—Camila enrojecía de emoción y leía el libro tres o
Cuatro veces, creyendo que no honraba bastante el rega-
lo si no lo aprendía casi de memoria.
Cuando Enrique, después de la derrota de su amor,