LOS ANGELES DEL ARROYO
1425
—No0, hija... Tú no has comprendido bien...
—Sí, señora; he comprendido, Yo soy la hija del guar-
da Ambrosio, y no igualo en clase a la de mi... amo.
—Tú comprenderás, Camila, que si vieran que mi hijo
se casaba contigo, creerían otra cosa, porque no es lo co-
mún que los amos se casen con las doncellas de su casa.
—Y bien, madre... ¿Qué perjuicio sufriría con eso esta
muchacha? Que creyeran lo que creyeran, ¿no sería ya
mi mujer? Pues bien podía suceder que con razón tuvie-
ra que decirlo de una señorita, y eso ya no importaría...
¡Ah, madre mía! ¡Cuántas preocupaciones llenan vues-
tras pobres cabezas! El mundo marcha y sólo vosotras
estáis clavadas como vetustos monolitos en medio de la
corriente de las ideas y del progreso de los tiempos.
—Hijo, soy ya muy vieja para aprender esas teorías
huevas. En mis tiempos, y ya ves si seré vieja cuando ya
| tengo «tiempos», pues en mis tiempos, digo, los señores
se casaban con las señoras, y los pobres y humildes con
das pobres y humildes.
Ahora ya no hay clases; ya todo está confundido...
—Eso es que los que han realizado esa revolución de-
- Mocrático-conyugal, han sido los mismos señores.
— ¡Cómo así!
—Sí, mamá; Hoy un hombre tiene que tentarse la ropa
- Para casarse con una señorita de clase, que tenga preten-
Siones de rica.
Es tal el furor de lujo que se ha desarrollado, no sólc
-€n la clase alta, sino en la media, que un hombre necesita
| Str un creso para sufragar tanto exorbitante gasto.
Tomo Il 179