1440
LOS ANGELES DEL ARROYÓ
Pero aquel pueblo grosero no entiende nada de ga-
lanterías, y solamente arranca el aplauso dado sobre los
nudillos de la siniestra con las yemas de los dedos de
la diestra, cuando hay alguna escena brutal de esas que
levantan el ánimo yanqui, como la piel, las cantáridas,
los vejigatorios.
Como siempre, la Golfini hizo su debut con su obra
kavorita «María Stuardo».
Las más violentas escenas fueron débilmente aplau-
didas, porque en ellas no se mata a puñaladas, ni se ex-
trangula a nadie, ni nadie se envenena.
En una modesta butaca de orquesta estaba Arturo
Fonseca, admirando, saboreando la interpretación del
pava] de María Stuardo por la Golfini.
María, que en la escena parecía que se hallaba en
su propia casa y que se sabía de memoria su papel, has-
ta con sus más pequeños detalles de mímica, cuando ha-.
blaba en algún parlamento, dirigíase a Arturo, como
si se lo estuviese recitando en su cuarto del hotel delan-
te de Clara y de Ruperti.
Arturo seguía estático las inflexiones de voz del re-
citado, acompañado con movimientos de cabeza, de
crispaduras de labios y de estremecimiento de ojos; los
cadenciosos párrafos en lengua del Dante, la más dul-
ce, al par que la más expresiva y enérgica en determi-
nadas ocasiones.
Parecía que el alma enamorada de María salía de
sus ojos y de sus labios, y saltaba la concha y la batería