Full text: Tomo segundo (002)

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LOS ANGELES DEL ARROYÓ 
Pero aquel pueblo grosero no entiende nada de ga- 
lanterías, y solamente arranca el aplauso dado sobre los 
nudillos de la siniestra con las yemas de los dedos de 
la diestra, cuando hay alguna escena brutal de esas que 
levantan el ánimo yanqui, como la piel, las cantáridas, 
los vejigatorios. 
Como siempre, la Golfini hizo su debut con su obra 
kavorita «María Stuardo». 
Las más violentas escenas fueron débilmente aplau- 
didas, porque en ellas no se mata a puñaladas, ni se ex- 
trangula a nadie, ni nadie se envenena. 
En una modesta butaca de orquesta estaba Arturo 
Fonseca, admirando, saboreando la interpretación del 
pava] de María Stuardo por la Golfini. 
María, que en la escena parecía que se hallaba en 
su propia casa y que se sabía de memoria su papel, has- 
ta con sus más pequeños detalles de mímica, cuando ha-. 
blaba en algún parlamento, dirigíase a Arturo, como 
si se lo estuviese recitando en su cuarto del hotel delan- 
te de Clara y de Ruperti. 
Arturo seguía estático las inflexiones de voz del re- 
citado, acompañado con movimientos de cabeza, de 
crispaduras de labios y de estremecimiento de ojos; los 
cadenciosos párrafos en lengua del Dante, la más dul- 
ce, al par que la más expresiva y enérgica en determi- 
nadas ocasiones. 
Parecía que el alma enamorada de María salía de 
sus ojos y de sus labios, y saltaba la concha y la batería
	        
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