LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1455
Halagó a Clara la idea de aquella boda con tan opu-
lento personaje, y aunque con ciertas condiciones admitió
en principio los obsequios del yanki.
Este se volvió loco regalándola tesoros en joyas y en
NY todo cuanto pudiera halagar a una mujer.
Pero todavía el hombre no se había dado por entera-
A do del incógnito que ella guardaba y del que no le habla»
ba, y Bú.lver no quiso ser el primero en hablarla de ello,
por no descubrir la indiscreción de Alfieri.
Pero la cosa se formalizaba y era preciso ir poniendo
los puntos sobre las ¡es.
Búllver la confesó que había querido enterarse de sus
antecedentes, y entre ellos había averiguado que era una
duquesa, duquesa de la Sonora.
3 —Sí, en efecto—contestó Clara—; soy viuda del duque
y de la Sonora. Yo no soy la duquesa, y si me casara per-
A dería el título,
El yankí pareció sorprendido; luego se levantó y salu-
; - dando a Clara con una profunda inclinación, la dijo:
Y —Perdone usted, señora, me he engañado: creí que era
1 Usted una duquesa y que yo podría titularme duque...
Y Retiróse el rey de las Grasas de Caballo, y una hora
A. después, Clara recibía una esquela reclamándola todos los
valiosos regalos que le había hecho.
—¡Yanki!...
| Arturo, que no había dejado de sostener correspon-
Y dencia con su hermana y con Octavio, supo en la H.ba-