LOS ANGELES DEL ARROYO
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Apenas pasado el puentecillo que pone en comunica-
ción el buque con el muelle, una doble o hasta una cuá-
druple exclamación salió de los labios de Clara y de Ma-
ría, por una parte, y de otra de los de un joven matrimo-
nio que en el trasatlántico viajaba.
Eran Nicolás Vargas Machuca y su esposa Alejandra
Paulatoski.
La sorpresa estaba bien justificada
¿Cómo creer que habían de encontrarse en la Améri-
ca del Sur los que se habían despedido para Rusia y Mi-
lán a orillas del Adriático?
—Decididamente, María —decía riendo Nicolás—, este
mundo tiene el tamaño de una albondiguilla y se encuen-
tra uno cuando menos se espera.
El trasatlántico se detendría ocho días, porque los tu-
ristas querían recorrer las pampas y las pintorescas már-
- genes del Uraguay.
Tenían que partir Nicolás y Alejandra.
Pero cuando supieron por Clara que María se casaba
dentro de tres días, desistieron de la excursión con obje-
to de asistir a la boda
Alejandra hizo a la novia un regalo digno de la posi-
ción de una y otra; porque supieron que Arturo acababa
- de heredar algunos millones, que ella tenía otros tantos
y que la duquesa iba ser doblemente madrina de María,
Aquel matrimonio representaba, como decía Nicolás,
el movimiento continuo.
Ya habían visitado el Asia hasta el pie del Himalaya,
y recorrido Europa por entero, y faltábales América, Afri-
ca y Oceanía, que se proponían ir visitando en años suce-