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LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1465
L — sobrepuesto a la que cubría todo el pavimento del gabi-
nete, estaba sentado un niño de unos ocho años, precioso
y de rubia cabellera, que se deshacía en bucles sobre' su
espalda.
Por el suelo rodaban una gran pelota de colores, dos .
cañoncitos de bronce y algunos soldados de madera, en 1
los que la artillería había hecho algunas bajas que yacían A
en el suelo, q
q El niño, cansado de hacer de Napoleón y de atronar
los oídos de su abuela con la trompeta bélica, que también
yacía por el suelo, como se encuentran algunas después e
de una batalla, se había sentado a los pies de la anciana, 1
que para tenerle sujeto le había contado un largo cuento.
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] Cuando la anciana había terminado y parecía tener fija
la imaginación en lo pasado, que tal vez evocó en aquella
improvisada historia, el niño, insaciable como todos los
A chicos cuando le toman el gusto a las relaciones extra-
ordinarias, poniéndola una mano en una rodilla para sacarla
de su ensimismamiento, decía a la anciana:
1 —Anda, abuelita, cuéntame otro cuento....
: —Ya no sé más, Arturito—murmuró la abuela acari.
ciando la. mano del niño.
—Di que no quieres, abuela, porque tu sabes muchos,
—Pero, hijo mío, si te he contado desde que se fueron
1 tus padres a veranear... unos mil.
—Bueno, pues cuéntame otro, y serán mil y uno...
Tomo 11 | 184
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