1466 LOS ANGELES DEL ARROYO
La anciana se echó a reir, embobada con el hermoso
nieto, y se bajó hasta él, besándole en los cabellos de co-
lor de oro.
En aquel momento se oyó el golpe de las hojas de la
| ? cancela de hierro, que daban entrada al hotel por una ca- |
8 lle enarenada, y el rodar por ésta de un carruaje. ]
—¡Calla! ¿Quién vendrá en coche a estas horas tan .
temprano? P
Porque eran las ocho de la mañana y hacía más de
dos que la anciana estaba levantada, como su nieto, qué Mi
dormía a su lado en una camita poco distante de la suya
en la misma alcoba.
La entrada de quien fuera, produjo un movimiento
inusitado en la casa.
Oíase correr de gente, voces de criados, conversacio-
nes rápidas, todo eso que ocurre en una casa a la llegada
de huéspedes o individuos de la casa que regresan de un Y
viaje. AÑ
La anciana, que no era otra que doña Irene Labastida, |
duquesa viuda de Torremolinas, levantóse de su sillón
murmurando:
— Pero... señor... ¡qué pasa ahí, que tanto ruido arman!
— Abuela... —dijo el pequeño. Si creo que los que
11 llegan son papá y mamá.
—¡A verl... corre, Corre...
a
a az
me
A
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No necesitó el niño que se lo repitiesen y partió