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LOS ÁNGELES DEL ARROYO
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—¿Pero qué es esto, hijos? Sin avisar a nadie os enca-
Jáis aquí... ¡Eso no está bien! —dijo ¡lena de alegría la du-
quesa abrazando y besando a Marieta y después a su hijo
Arturo, :
— Hemos querido sorprenderte, mamá, en flagrante de-
lito de abandono de nuestro Arturito...—dijo sonriendo
Arturo Fonseca, h
- —Sí... aunque yo quisiera—repuso la abuela del niño
—no podría lograrlo, porque lo tengo cosido a mi falda
noche y día.
—¿Y ha sido bueno? —preguntó María.
—Bueno no lo fué nunca el diablo; pero, en fin, no ha
hecho más que algunas diabluras, como romper uno de
los floreros de porcelana de la sala...
—Pero eso... Verás tú, mamá, cómo fué—dijo Arturito.
—Vamos a ver esa coartada...
—Pues fué... yo no lo rompí, ¿sabes?
—¡Ah! ¡Fué él solo!...
—Es que se me cayó de las manos.
—¡Toma! ¡Va decía yo que mi niño no era capaz de
romper ni un plato! ¡Si fué que se le cayó!
—Sí, pero si no lo hubiera tocádo...—repuso la abue-
la—. Pero es otro el secreto, María.
—¡Ah! Vamos a ver, la abuelita me lo va a contar todo,
— Abuela... no... no digas nada...
—Sí, lo voy a decir para que vea tu papá y tu mamá
que va a ser preciso meterte en la carbonera...