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LOS ÁNORLES DEL ARROYO 1475
—Me basta con que tú me adores, no en efigie, sino
en persona por esencia, presencia y potencia... Pero tú
eres de las que reverencian, pero no adoran al santo.
—Será porque todavía no he encontrado el santo de
mi devoción.
—¡Tú lo has dicho! Que reverencio, pero no adoro. Yo
quisiera ser muy fervorosa, pero no soy más que como
Dios me ha hecho.
—Pues parece mentira, que siendo tú una actriz tan con-
sumada, no hayas empleado tu gran arte en crearme una
vida ficticia de pasión y de embeleso...
—¡Oh! ¡He ahí lo que sois los hombres y como os pla-
ce que os engañen!
—¿Y qué hay en el mundo que no sea una belleza en-
gañadora, querida María?
Empieza por el cielo, que parece azul y no es azul, ni
de ningún color; los horizontes ofrecen perspectivas que,
euando se llega a ellas, desaparecen, y donde se creyó ha-
bía un bosque, se encuentran cuatro árboles y detrás un
erial o un desierto,
Ni el mismo sol, que vulgarmente se cree que alumbra,
no alumbra, según los astrónomos, sino su atmósfera, que
irradia su luz sobre los astros de su sistema. Las mujeres
feas, parecen hermosas cuando se tiñen el cabello, se pin-
tan la cara, los labios, las cejas, las ojeras...
¡Demonio! ¡Si no hay una palabra de verdad en nadal
—¿Y yo? ¿Me pinto, me tiño, me pongo postizos y
añadidos?
—No; pero... ten cambio pareces una mujer apasionada
y eres más fría que la esfinge del desierto,