Full text: Tomo segundo (002)

LOS ÁNGELES DEL ARROYO, 1479 
la hora de su caída no voluntaria, sino traidoramente pre- 
parada por María Tartaja, la «Pelambres», caída única de 
su vida, que admira al propio cronista de su historia, por- 
que parece inverosímil que pudiera residir la virtud y la 
decencia, en una mujer salida es una tarde del arroyo ce» 
nagoso de las calles. 
Sus cabellos, que habían sido negros, fueron durante 
una temporada rubios, y en otra rojos, y en otra dorados 
con oxígeno, habían vuelto a su primitivo color; pero sur- 
cados por algunas hebras blancas como de plata que cru- 
zaban el negro natural de su abundante cabeliera, y que 
ella no trataba de disimular, porque su carácter jovial y 
franco servíale de argumento para rechazar con gracia a 
los muchos semejantes al «Rey de las Orasas de Caballo» 
que codiciaba el título de duque, aunque fuera consorte, 
con la diferencia de que los <Principillos» españoles de la 
Manteca y del Queso Manchego que trataba ahora, no 
ámbicionaban el título, que sabían no prevalecería después 
de su casamiento, sino los sendos millones que se sabía 
había heredado del duque de la Sonora, a cuya memoria 
había seguido siendo fiel Clara como la viuda de Mada- 
gascar o de un Rajah indio, aunque sin llegar al sacrificio 
del tostadero. 
La intransigente nobleza madrileña que siempre había 
desdeñado el trato de Clara, mientras acogía en sus salo- 
nes a la querida de un célebre banquero, que era carabi- 
nero, y había admitido también a la mujer y cuñada de un 
célebre ministro moderado, que todo Madrid había cono- 
cido de chalequera, y después de amantes ambas herma- 
nas del personaje que, después de muerta una de ellas, se
	        
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