LOS ANGELES DEL ARROYO 1489
teras, enamorado como un cadete de una planchadora...
Vamos... no hablemos más, no hablemos más de eso...
Me causa hasta rubor el recordarlo.
—-Eso no dice más sino que no es una garantía de se-
riedad, ni de moralidad, el profesar principios religiosos,
políticos y sociales, estrechos como el cañón de una es-
copeta, porque a lo mejor se sale toda la carga por la cu-
lata y le desfigura a uno toda la fisonomía moral que ga-
llardamente lucía, y ostentándola podía afearse la conduc-
ta de los demás, como tu padre lo hacía con la mía.
—¡Quién lo había de decir, tío!
—Yo era soltero, no tenía que responder a nadie de
mis actos, gastaba de lo mío, a cuenta de lo que había de
heredar de mi padre, y no sufrí de César más que conti-
nuas diatribas, y recriminaciones, y llegó el caso hasta de
indisponerme con mi padre. El parecía un sensato y yo
un loco o un malvado... y... en fin, paz a los muertos...
No hablemos más de eso.
—Sí; no hablemos; pero yo hubiera preferido que Ri-
cardo se hubiese fijado en otra mujer de nuestra clase,
—Ella parece una muchacha honrada y que le quiere.
—No dudo de su honradez y del cariño que tenga a mi
hermano; pero ¿podemos dudar que es de familia humil-
de y muy distinta de nuestra clase?
-—Sin duda, Alvaro. Pero mira: tú tienes, aunque con
otro carácter y otra índole que tu padre, muchos de sus
prejuicios, de sus preocupaciones.
Tú no eres como Ricardo y como yo; hombre de tu
época, todavía te fijas mucho en la diferencia de clases,
Va eso empieza a abolirse, querido Alvaro. Se casa uno
Tomo Il 187