LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1497
aquel que estaba jugando, fumando y bebiendo ron, y
decía: «Señores, yo no tango más vicio que las mujeres»,
Pues este es mi señor marido: no hay un vicio que no
tenga. Ahora, que en el juego y en la bebida es modera-
do. Su intemperancia está en las mujeres. En eso no re-
conoce freno.
—Pues para una mujer propia es el peor de los vicios
que pudiera tener.
—No, Clara; hay otros más repugnantes e insoporta-
bles: la bebida y el juego; el primero, por asqueroso; el
segundo, porque es casi siempre origen de la ruina.
—«¿Y las mujeres... no lo son? ¿Crees que una de esas
mujeres graciosas como esas dos «cocottes» de París, no
hacen más daño en una fortuna que una ruleta que esté
siempre en actividad?
—Sí... también es posible; pero no es Arturo de los
imbéciles que se Jejau arruinar por mujeres,
Tiene mucho amor propio, y sólo le satisfacen las
conquistas difíciles que realiza, sólo por virtud de sus
atractivos,
—«¿Pero así descaradamente hace esas conquistas a
presencia tuya?
—Las empieza delante de mí, y por detrás las acaba.
—¡Y tú lo soportas!
—¡Y qué quieres! ¿Que arme un escándalo cada vez
que sé alguna de sus aventuras? Yo supe en San Sebas-
tián una de ellas, que debido a la prudencia de un fotó-
grafo, no le costó un lance.
—Cuéntame, cuéntame...
—Esto me lo refirió una muchacha que tuve yo de
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