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AX
1512 LOS ANGELES DEL ARROYO
- de su atrincheramiento de nieve. ¿Cree usted, Clara, que
eso me halaga, que eso me satisface?
—Pero... hombre, ¿qué quería usted exigir de ella?
—¿Qué? Que tenga más alma, que tenga más nervios,
que cuando yo la exprese mi pasión, sepa corresponder a
ella con ei fuego que en su alma debe haber para mí,
E
Clara, tal vez allá en el fondo de su alma, pensó que
algo de razón podía haber en lo dicho por Arturo; pero
a fuer de prudente y de buena amiga de María calló, son-
riendo por toda respuesta.
Y como en aquel momento llamaran para almorzar,
púsose en pie, diciendo:
—¡Eal No sea usted chiquillo descontento, y vamos al
comedor, |
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No mucho después de almorzar, se había retirado Cla-
ra a su casa de la calle de Alcalá, pasando la plaza de la
Independencia.
Como no sabía a qué hora saldría del hotel de la du-
quesa viuda de Torremolinas, donde también habitaban los
vizcondes de Benadalid, había despedido su carruaje.
Cuando anunció que se retiraba, sorprendióse Marie-
ta, porque contaba con tenerla todo el día a su lado.
Pero Clara insistió en marchar, pretextando que espe-
raba visitas que le habían anunciado para aquel día y no
podía faltar de su casa.