LOS ANCELES DEL ARROYO
Y
lenoraba la ciencia de conocer a los hombres y a las
mujeres, porque dedicado a estudiar la ciencia del De
cho y aprender de memoria todas las leyes y todas las de-
cisiones de los altos Cuerpos jurídicos, había descuidado
el estudio de la gran Ciencia de la Hida, y en este punto
era tan niño como cuando rodaba por las calles de Ma-
did, descalzo y hambriento, con el sobrenombre de «E]
Punta.»
Una de sus torpezas, debidas a su Inexperiencia,
fué el casamiento con Camila, la doncella de su madre,
en aquel arranque de despecho con que creyó vengarse
de Marieta, que absolutamente en nada le había ofen-
dido, porque hasta ni le había negado la correspon-
dencia a un amor que ella había ignorado hasta mucho
después de casado Enrique, que lo supo en América por
Clara, admirando extraordinariamente aquella pasión
por ella desconocida.
Siempre se ha dicho aquella frase de «se volvió la
cmada respondona», para significar variaciones de ca-
rácter en individuos que aparecen soberbios después de
habérseles conocido humildes.
Y esto ocurre materialmente con las criadas a
quienes se les otorga una excesiva confianza o bien ellas
se la toman por negligencia de los amos, que les soportan
aquellas variaciones.
Y si esto sucede en el servicio doméstico, ¡qué será
cuando la criada asciende al cargo de señora !
La cabra siempre tira al monte, y lo que entra con
el capillo sale con la mortaja.
Fué aquel mucho salto el de Camila, desde las