LOS ÁNGELES DEL ARROYO 15,9
—¡Pues anda con él! No le dejes de la mano. Es un se-
ñorito rico que te puede tener muy requetebién, casada
por la Iglesia o por detrás de la Iglesia.
Pero cuando empezaron a ejercer toda esa influencia
que ejerce la familia sobre una muchacha de la clase de
Camila, fué cuando, después de ella casada, empezó la
emancipación de la antigua doncella con muchísima ra-
zón, porque ya era la mujer de Camposagrado, en la
que siempre doña Eulalia no veía más que a la hija del
capataz Ambrosio, a la doncella, a la criada Camila.
Los tíos de Camila, a quienes ella refería las pocas
consideraciones que le guardaba su suegra, la decían:
—¿Pero es que no eres tú la dueña de tu casa? Todo
el que se casa pone casa, y no es nadie una suegra para
querer ser más que lú y obligarte a hacer oficios de una
criada...
Mándala al cuerno... Si quiere peinadora que se ras.
que el bolsillo y la pague, que por un duro al mes no se
le encogerá la bolsa.
—Lo mismo que eso—añadió la tía Teresa—, de que
siempre te ha de llamar al salón cuando hay visita. ¿Por
qué no la recibes tú y la mandas llamar a ella?
—Porque dice que en la casa de su hijo nadie manda
sino él o ella.
—¡Ay, qué gracia, hombre! ¡Conque ellal Yo que tú