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LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1547
Dábala, sin embargo, vergúenza apelar a su marido
para que la autorizase a darles dinero.
Y como regularmente las mujeres no suelen prever las
consecuencias de una determinación imprudente, ocurrió-
sele que cumpliría con aquel deber de parienta haciéndo-
les comer en la casa, a escondidas de su marido y suegra,
sin perjuicio de darles alguna cantidad de la que Enrique
la tenía destinada para alfileres.
A este fin, se puso de acuerdo con el criado del come-
dor, para que introdujese a sus tíos y primitos en una sala
de un patio trasero, donde les bajaría de comer a los cuatro
y de almorzar por la mañana.
La pieza dispuesta a este objeto, era el cuarto del
criado, que era muy grande, y amueblado con la senciilez
propia del cuarto de un sirviente, con un lecho, una mesa
de pino espaciosa y cuatro sillas de aneas finas de Vitoria,
una cómoda y una percha.
Un estudiante no podría estar mejor hospedado en un
pupilaje de cuatro pesetas.
vurante una semana fué bien la cosa; nadie se había
enterado de que en aquel patio se reunía una familia para
comer los restos de la mesa de su sobrina,
Pero como la gente ordinaria parece tener los sentidos
obstruídos, o bien porque su natural llaneza hace tomar
en seguida la tierra y creerse siempre en su propia casa,
los tíos de Camila cometieron una de esas imprudencias
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