LOS ANGELES DEL ARROYO 1549
—¿Pues y ésta? —oiga usted.
Y así, oyéndose y cantando a media voz y con el
acompañamiento de palmas, pasaban una horita entrega-
dos al canto paid que por fortuna no repercutía fue-
ra, para mortificación de doña Eulalia, que no podía ver la
famenquería y la levantaba el estómago el «cante jondo»
con sus quejumbres de atacado de dolor de muelas: ¡Ayl..
¡ayl... ¡ayl...; para salir después con que
Tu mare
nda cogiendo coliyas
para er purpo de tu pare...
lo cual la ponía en tensión tan nerviosa, que necesitaba
un par de cucharadas de dlls o antiespasmódica
para no caer con un ataque de nervio
Que hay quien de eso se muere, ¡Ada cantar un
medio polo con todo «estilo yarate», sobre todo si pade-
ce del corazón, porque no hay nada que dé más ganas de
llorar que el «cante jondo», ni de reir, que contemplar el
«cantaor» haciendo contorsiones y estirando el pescuezo
como los gallos cuando cantan.
ole a ale
Pero ocurrió un día que los señores tíos de la señora
de Camposagrado, doña Camila, quedáronse solos en
aquella estancia, mientras Eugenio había salido a la cal.e
j a cumplir un encargo de doña Evlalia.
El tío de Camila había ya tomado la tierra, y toda la
confianza que podía, al menos con el criado, y ya no ne-
cesitó que él estuviese presente para pulsar ese arpa primi-