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1552 LOS ÁNGELES DEL ARROYÓ
—Y además, de la clase que me atacan los nervios, de
la clase de flamencos, no como usted, que canta bajito y
apenas si se oye la guitarra con la sordina puesta, sino a
voz en grito, como si estuviera en su casa el maldito.
—Es un cantador muy bueno, señora,
—¿Pero quién es? ¿Que hace, qué oficio tiene? ¿Es al-
_ gún golfo de esos vagos y rateros?
—No, señora. El era pajolero...
—¿Pajolero? ¿Qué es eso?
—Los que hacen pajuelas. Vendía pajuelas y yescas;
pero como ya no se venden pajuelas ni yescas...
Doña Eulalia tuvo un recuerdo,
—Diga...
—Señora...
—¿Ese hombre está casado?
—Sí, señora; y abajo está con su mujer.
—¿Y dos niños?
—Sí, señóra.
—¿Y viven en el cerro de las Vistillas?
— Sí, señora.
—¿Y tienen una sobrina casada con un caballero?
Eugenio calló, bajó los ojos y se puso a darle vueltas
a su gorra de plato,
—Diga usted.
—Señora...
—Eugenio... si no me dice usted la verdad, sale usted
de casa.