LOS ÁNGELES DEL ARROYO 1555
Levantóse al sentir entrar a su marido y escondió la
escritura debajo de la carpetita de terciopelo negro sobre
que escribía,
— ¿Qué es eso...? ¿Qué guardas ahí?—le dijo Enrique
sonriendo, porque adivinó lo que era.
—Nada... no es nada... déjalo...
—No, no; yo quiero ver los progresos que haces.
Y levantando la carpeta descubrió el cuerpo del delito.
—Muy bien, muy bien; a ese paso, chica, pronto me
ayudarás a escribir pedimentos. Ven acá y háblame clara
y terminantemente.
Enrique se sentó en un sofá y sentó sobre sus rodillas
a Camila. j
— ¿Qué quieres?
—Dime: ¿Qué hace ahora tu tío?
—Nada. No trabaja.
—¿Y de qué comer
—De lo que yo les doy a él, a mi tía y a mis sobrinos.
—¿Se lo mandas a casa?
—No se lo comen aquí.
-—¿Dónde?
—En el cuarto de Eugenio, donde vienen todos los días
a almorzar y a comer,
—Bien; no has querido engañarme y eso me prueba
que has de ser siempre leal conmigo.
.—Como no hacía ningún daño, ni gaslo, poraue co-
men las sobras de nuestra mesa y de los criados...
—Eso es muy feo. Mira.
— ¡Quél
—Yo temí siempre que tu gente se introdujese entre