j
1568 LOS ÁNGELES ,DEL ARROYO
Hacía pocos meses que doña Eulalia había pasado a
mejor vida.
Aunque siguió hasta su muerte viviendo separada da
su hijo y nuera, algo influía la madre en el ánimo del hijo
en todas aquellas decisiones radicales que aconsejaban to»
mar las difíciles situaciones que creaban a Enrique la con-
vivencia con los tíos de la mujer.
Lamentábase Enrique con Clara aquel día, después que
ella le participó el regreso de Marieta y de Arturo, de que
no había podido casarse con la «Hija de los Golfos»,.con
la que hubiera sido indudablemente más feliz que con
aquella fámula hecha su esposa y que le había llevado a su
casa aquella desdichada familiota... «putativa».
—Pero qué... ¿no se afinan nada tus tíos? —le preguntó
Clara.
—¡Afinarse! Si sólo fuese eso, me importaría poco, Cla-
ra. Como te he rogado a ti que no fueses a mi casa, he
procurado que no vaya nadie; he roto con todas las rela-
ciones de mi madre, y hasta' he pedido a Aurora, la con-
desa del Salto, que no nos visite.
Pero si bien así he podido evitar los sonrojos que me
costaban mis dichosos «putativos», dentro de mi casa es
un tormento continuo el que tengo. E
—¿Pues qué te pasa, hombre?
—Hasta ahora no te he hablado de esto, porque a mí
mismo me da vergilenza reterirlo,