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terístico de la gente ordinaria, sin educación ni delica-
deza ,presentóse a Enrique medio beodo, y le dijo:
-—A, ver, usted... qué es lo que hace por nosotros;
porque después de todo... nosotros somos sus tíos impo-
líticos, y está usted obligado a ayudamos y a sostenernos.
Enrique le oyó con calma y luego le dijo:
—¿Ha concluido usted ?
—<¿ De qué?
—De hablar.
—Sí, señor.
—Pues bien: oiga usted lo que. voy a decirle:
—Diga usted.
-—Yo no tengo ninguna obligación de mantener a
usted y a su mujer, mientras usted sea un hombre joven
aún y robusto que pueda ganar su vida.
—¿Y en qué?
— ¡Haciendo soga! ¡Yo qué sé!
—¿ Como no sea para ahorcamos los dos? Ya las he
hecho y eso no da nada.
—Puede usted emplearlas para el uso que quiera...
* Eso, me tiene sin cuidado.
—Entonces... qué... ¿que no piensa usted señalamos
nada para que vivamos... ?
—Según y cómo.
—Pues es muy sencillo: ¿Usted se ocupa en algo?
-—Usted dirá...
—¿ Y en qué? Como no sea de peón de albañil...
Pues en eso...
—¿ Y a usted no se le caerá la cara de vergúenza de