LOS ANGELES DEL ARROYO 1621
—El me la dió y por eso he podido encontrar a us.ed
en esta inmensa nación.
—¿Y dónde se conocierón ustedes?
—En Granada, en el Hotel de los Siete Suelos.
—Sí... allí fué donde le escribí mi última carta, a la qua
no sé por qué no me habrá contestado.
—VYa me dijo que era muy perezoso y que además su
vista no le permitía escribir y tenía que hacerlo siempre
por amanuense. Me ofrecí a verla para ese objeto, pero
me dijo:
—Puesto que va usted a París no necesita llevar carta
mía, sino ser usted mismo quien diga a Clara que quedo
en buscarle el novio y que ef cuanto se lo encuentre se lc
facturaré para ella...
Y otras bromas por el estilo, que él apoyaba diciéndo-
me: es fea como un coco, y vieja como un palmar, la du-
quesa; pero la dama tiene pretensiones de Ninó de Len-
dos, que amó a los ochenta años y Se hizo amar.
Y crea usted; yo, que venía con la idea de encontrar
una vieja presumida y verde, me encuentro con una ado-
rable mujer capaz de encender una pasión...
—¡Ah, bah! ¡Yo!...
—Ya lo debía usted de saber, duquesa.
—Ya he dicho a usted cómo pienso y creo seguiré pen-
sando hasta que me muera.
—¿Pero es que ha renunciado usted a casarse...?
—¿Casarme...? Eso es todavía más difícil. He sido muy
feliz los dieciséis años que estuve casada con el duque, a
quien quería y no amaba, para que me expusiera ahora
a ser desgraciada con un hombre que no me considera-
Po, VI
SEO AAA