214 LOS ANGELES. DEL. ARROYO
No puedo seguirte oyendo, porque acabaríamos ro-
dando entre las ruedas de los vagones—exclamó Colás,
apresurándose a entregar aquellos valores a Nemesio»
que, sin embargo, no sacaba la otra mano para recoger
lo que entregaba Colás.
E
Cayósele la cartera al suelo, porque no podía abar-
carlo todo en una mano.
—¿Qué es eso? ¿Estás manco?—exclamó Colás.
—Llevo ocupada la otra mano con mi maleta de via-
je—contestó Nemesio.
Dudó un momento Colás, como con deseos de ver
lo que llevaba en aquella mano, que no sacaba de de-
bajo de la manta-ponche.
Pero como lo que sentía ya era verdadero asco de:
aquel hipopótamo, de aquel ex ángel del arroyo o ángel
caído en el arroyo, de cuyo fangó aún estaba cubierto
de pies a cabeza, Colás se apresuró a despedirse de cual-
quier modo de Nemesio, a quien dejó en la estación en
el momento er que tocaban la campana para que entra”
sen los viajeros en sus respectivos departamentos.
Pero todavía, no fiándose de que pudiera hacer. al-
guna trastada como súya, Colás se détuvo hasta que vió
subir a Nemesio al tren y partir a éste.
Lo que no pudo ver Nicolás fué que por el otro lado
del tren se abría la: portezuela del coche de ¡primera al
que había subido Nemesio, y éste se deslizaba por entre
los topes de. dos vagones que había dejado en/la otra |
vía una locomotora en maniobras, y después de pasar”