LOS ANGELES DEL ARROYO 235
Supongámonos una fea y sucia cocinera vestida con
os espléndidos trajes y joyas de su señora.
Pues algo así era el aspecto híbrido, suntuoso, de
Aquella extraña morada.
Por lo demás, Samuel no era mezquino para su casa
Y para el personal aliño de su mujer y de su hijá Sarah.
Tenía una excelente cocinera judía, y nada se econo-
Mizaba en la comida, de-la que únicamente estaban pres-
Criptos los manjares prohibidos por su ley.
De los demás, no había nada, por suculento que fuese,
Que la vieja Agar no se llevase todos los días del merca-
| 00, desde el faisán hasta el capón, y desde la langosta
Y hasta el rodaballo.
El Samuel tenía una magnífica bodega, y en su mesa no
|. Se destapaban más botellas que las de marcas superiores
Y Universalmente acreditadas, figurando al lado del Cha-
Ka Latfite de Burdeux, el Misa de Jerez y el Ramos Po-
Wer de Málaga.
Samuel vestía lo mismo en la casa que en la calle y su
| traje debía de tener tantos años como su hija, para cele-
Ñ> Tar el natalicio de la cual, entre sus correligionarios, se
O habían comprado casi nuevo en el mercado judío de
OScou, en un viaje que hizo a aquella ciudad para asun- 3
108 comerciales. 8
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Pero en cambio, aunque dentro del gusto semita, aun-
Que a disgusto de Sarah, que propendía a la adopción de
> Modas modernas, tanto Rebeca como Sarah, vestían
Ulosamente.
Y cuando ambas, la más vieja. que revelaba haber sido.