DE LOS ANGELES DEL ARROYO
Clara le dió varios encargos y dinero, y Nemesio sa-
lió presuroso para satisfacer los deseos de Clara.
En aquel momento, el recadero del Hotel Imperial vol-
vía con las medicinas ordenadas eu las recetas del doctor
Romakow.
Tomólas Clara, haciéndose cargo de lo que era cada
una por los números correspondientes a cada receta y a
las disposiciones del médico, respecto a la administración
de las medicinas.
Consultando aquellas indicaciones, Clara, con ayuda
de Marieta, administró la primera dosis de una de las me-
dicinas al enfermo, que, abatido por la fiebre, aparecía
amodorrado y casi sin relación con el mundo exterior.
+
Después que le dejaron tranquilo y cerraron las cortl-
nas del lecho, dijo Clara:
-—Hasta las diez no toca la otra medicina número 2,
—Podemos alternar, media noche una y media noche
otra, y así las dos estaremos mañana fuertes para poder
resistir el tragín—dijo Marieta.
-—¡Oh, no! —repuso Clara—, yo no me separaré de mi
viejo en toda la noche. No podría dormir tranquila sa-
biendo que está de peligro.
—Eres muy buena esposa—dijy Marieta.
—Creo cumplir un deber sagrado. Ramón, más que ma-
rido, ha sido para mí un padre, y como padre le cuidaré
y le lloraré si se muere.
Después pasaron al gabinete próximo, donde las es-
peraba Colás,
4