LOS ÁNGELES DEL ARROYO 313
Puerta y asomó el rostro placentero de Colás, que a pesar
de su afinamiento, conservaba en su rostro ese sello de
If Uuhanería graciosa de los pilluelos de Madrid.
E —¿Se puede? —preguntó con voz misteriosa. rl
] —¡Ah' —exclamó Clara palmoteando—. En mentando
al Ruin de Roma...
-—¡Qué! ¿Me estabas nombrando?
—Ahora mismo.
—¿Y con qué motivo?
—Con el de un robo del que Marieta ha sido víctima.
—¡Un robo! ¿Quién te ha robado, Marieta?
—Sospechamos de un amigo.
—¡Del «Chato»!, como si lo viera.
SÍ, Nemesio.
—¿Y qué echas de menos?
—TMi cofrecillo de joyas falsas; joyas de teatro, pero
qUe no se encuentran fácilmente a no ser en París o en
-¡ SÓdres, donde hay fábricas de esa bisutería. y
' ¿Pero habrá creído ese animal que es pedrería fina?
“¡Quién sabe!
la e sí; es muy bestia, y al ver tanta esmeralda y tanto
es Pacio y perlas y diademas de brillantes, habrá creído
We vale una millonada.
dd E Caso es que hace dos días que desapareció desde
' Me le dieron las letras sobre París, y no ha vuelto por
Y
| SeY cuándo has echado de menos esas joyas?
THace un momento. Yo no me cuidaba de ellas...
dl
|
Ya ves! ¿Cómo pensar que el ladrón menos avisado '
“Omprendería que todo eso es puro vidrio y metal?
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