332 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
— ¿Sabe usted que está en París?
—¿En París? ¡No!
— ¡Cómo! Si yo le he despedido en la estación del fe-
rrocarril del Oeste.
—«¿Y le vió usted marchar?
—Le dejé metido en el tren,
—¡Ah!, pues se salió otra vez o no llegó más que a la
primera estación y regresó en ctro tren, si es el mismo +]
sujato de que hablaba esa nota. Tome usted y léala.
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El señor Mayer en'regó a Colás la nota pasada por el
comisario de la Judería. +
—;¡Oh! Es el mismo, coronel —exclamó lleno de admi-
ración Co ás.
Ese sujeto es un bribón a quien hemos dado diner0
para que fuese a París, y hasta yo le saqué el billete y 1
dejí dentro de un vagón.
Pues bien; según dice en esta nota, ha negociado unas |
aa A
letras escalonadas a plazos fijos, a cobrar todos los meses
una, durante seis, para garant rle contra la miseria; y ved
usted el agradecimiento; robar a una de sus bienhechora5
y negociar esas letras para quedarse en San PetersburgÚ:
donde volvería desde la estación en cuanto volví las %
paldas, y donde es probable que haya vendido el pillele P
que le entregué. :
—De modo que, seguramente, es ese Nemesio (4
rrasco... Ñ
—Sí, señor,