LOS ÁNGELES DEL ARROYO 351
nO exige responsabilidades «al hombre como. a la mujer,
que ellas pagan con el deshonor y con su reputación.
—Sí, pero aquí surge la cuestión de los afectos —dijo
Estanislao.
¿Puede Letamendi amar a esa hija a la que apenas ha
- "visto en las tablas como un fenómeno artístico, una gloria
del arte escénico?
Yo creo que no, porque es mentira eso del amor es-
Pontáneo que nace en el corazón cuando ante la concien-
cia se revela la existencia del hijo legítimo.
¿Puede amar Marieta a su padre, a quien jamás cono-
ció, y menos ahora, después que él rehusó reconocerla,
Como rehusó ser reconocido por el duque de la Sonora su
Padre?
Tampoco.
¿A qué, pues, soldar en falso esas dos piezas que no
€tcajan, que se repelen, que son antagónicas, antitéticas,
innecesaria su unión.
¡ —Sí, tiene usted razón; pero el cariño de los que la co-
Mocimos recién nacida, y cuidamos y sacamos milagrosa-:
Mente adelante con todos los apuros de verdaderos padres,
desearíamos que al Megar a la plenitud de su juventud y
de su fama, pudiera descansar sobre sus laureles en un si-
lencio legal, como por. su padre reconocida.
—Es muy justo que así penséis y que tal deseéis, pero
'n esa reunión que hubiéseis deseado realizar. entre el pa-
dre y la hija, no va envuelta la felicidad de Marieta.
: Ni el cariño que la demuesira su “abuela doña Elena
tamendi sería nunca sincero, ni Marieta podría ser feliz.
A ese medio ambiente de soledad y tristeza en que viven