Full text: Tomo segundo (002)

3€0 LOS ANGELES DEL ARROYO 
el ligero rodar de un carruaje por la calle lateral del 
paseo. 
— ¿Será él? 
—Sí... se detiene. 
—Sí, sí. Anatolio abre la cancela. 
—Es él, él... 
—¡Ah! ¡Arturo! 
Por el paseo enarenado, entre dos filas de árboles Y 
arbustos, entró al trote de sus dos caballos negros y rel" 
cientes como un sombrero de copa de un novio, el pre 
cioso «dog-car» amarillo y barnizado, con sus ruedas eN” 
carnadas con radios negros, que guiaba Arturo como0 q 
más elegante «sportman» del «Sportman-Club» de Paris. 
Arturo, como si estuviese en los Campos Elíseos O en 
Recoletos, su similar madrileño, se inclinó con gracá” 
pasó la fusta a su mano izquierda y se quitó el sombrelo 
con una distinción puramente aristocrática. q 
Hizo luego describir al carruaje un perfecto semicirci” 
lo, y detuvo los caballos. 4 
Entregó las riendas al lacayo, y saltó del carruaje Y 
entró corriendo en el hotel. 
En lo alto de la escalera esperaban sus padres. 
Pero Elena no pudo resistir, y como un amante deso” 
lado, se precipitó por la escalera y cayó en los brazos de 
Arturo. 
Después se asió a su brazo y los dos subieron. 
La madre lloraba de placer, 
El padre temblaba de alegría. 
—Mi vieja. ¡Mi viejo!... Al fin, al fin, ] 
- Tales fueron las cariñosas palabras con que acompr |
	        
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