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38 LOS ÁNGELES DEL ARROYO
che, cuando hartos de sueño se empeñan en jugar con-
migo y en montárseme en las espaldas para que yo an-
duviese a cuatro pies, como hacía con esta señorita, cé-
lebre actriz, doña María Golfini, de mal nombre, María
de los Golfos y de Dios, según su fe de bautismo, que
puede sacarse cuando se quiera en la parroquia de San
Millán, año 18...
—¿Y no serás padrazo con tus hijos, cuando lo has
sido con Marieta?
—¡Ah, bueno...! Pero es porque era la primera—dijo
seriamente Colás, porque a ratos se creía efectivamente
verdadero padre de Marieta; tan poseído estaba de su
papel de padre desde que era un chicuelo de nueve años.
Y había llegado a los veintinueve y Marieta a los vein-
te, y todavía continuaba abrigando la ilusión de que Ma-
rieta era hija suya.
—Pero habla formal, Colás—le dijo Clara—..¿Te casas
o no te casas?
—Mira, Clara... la verdad, no hemos hablado de eso.
— Pero ella... ella, naturalmente, si te quiere...
—¡Pues nada! Me quiere... y me quiere... y nada más.
¿Es absolutamente preciso que nos casemos?
¿Tengo yo: que reparar alguna falta cometida?
Ella es viuda y libre, y yo libre y soltero.
Nos queremos... Perfectamente.
Pues seguiremos queriéndonos hasta... hasta que de-
jemos de querernos, y si nos queremos toda ta vida, mejor. :
—Pero tú no has contado, Colás, con que no eres rico
y con que necesitas sostenerte en San Petersburgo, lo
cual no es un grano de anís? *