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LOS ÁNGELES DEL ARROYO 30
—Sí... ya he pensado en eso.
—¿Y qué?
—Que cuando lo pienso, procuro... no pensarlo.
—Ya ves... que te iba a proponer que fueses mi.admi-
nistrador general y el de Marieta; pero, chico..., si te que-
das en San Peterburgo...
—Si te digo que no quiero pensar en eso.
Calla, tonta... —dijo Marieta —; si éste se casará con
Alejandra.
—¡Yo!
—i¡Ya lo creo! En cuanto ella quiera o necesite casarse,
porque es probable que impunemente no os améis, y el
día menos pensado se verá comprometida... ¿y qué haréis,
entonces?
—Tampoco hemos pensado en ello.
—Eso prueba justamente que estáis enamorados como
tontos y que en nada pensáis; pero ya...
Interrumpió a: Clara la voz doliente del duque, que. la
llamaba como siempre:
—¡Clarita! ¡Clarita!
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—Noy a ver qué quiere—dijo Clara, apresurándose a
entrar en el dormitorio,
Aproximóse a la cama y entreabrió las cortinas.
Clara se asustó al ver el aspecto que dci su
Marido,
Debía tener una gran fiebre, porque estaba rojo, con-
gestionado y los ojos llorosos, los labios secos y ardientes.
— ¡Tengo sed! —dijo a Clara.