Full text: Tomo segundo (002)

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LOS ÁNGELES DEL ARROYO 
chicos, y asistimos a las procesiones, y vamos todos los 
días al real de la feria, y yo paseo mis potros y hago 
tombién mis transacciones gitanas: y, en cuanto pasa todo 
eso... al cortijo otra vez. 
—¡A vegetar! A embrutecerse aquí... 
Chico... Ya no podría vivir eternamente a lo Cenci- 
nato, teniendo un caudal tan: hermoso que produce una 
renta tan saneada de cerca de un millón y medio de rea- 
les, con una mujer joven y guapa, tres títulos, por falta de 
uno, y dos hijos que educar. 
— ¡Si tú vieras la tranquilidad con que aquí se vive! 
— ¿Sabes qué me parece, Alvaro? 
—¿CQuér 
—(QJue debes de ser muy celoso, 
¿+ ¡Celoso yo! 
=—¿El celoso? —exclamó sonriendo lrene—. Nunca lo 
fué, don García. 
—Pudisra ser... prima... Porque tú te mereces que pol 
ti se sientan celos... ; 
—Gracias, Fernando; pero a tu primo no se los he 
inspi ado nunca. 
—No habrás dado motivo... 
—Eso eS... —dijo, Alvaro, asintiendo con la cabeza. 
— Di que el que es celoso, se encela del aire; pero. an" 
tes que celos, para eso es preciso sentir otra cosa... 
—¿Qué, Irene? 
— Amor. 
—Pero... ¿cómo? ¿Tú crees que Alvaro no te ama? 
—«¿Si lo creo? A pies justillos...
	        
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